Por: Nubia Arbeláez
Según la Secretaría de Ambiente, Bogotá cuenta con más de 400 fuentes hídricas, extendidas sobre cerca de 80 kilómetros cuadrados. Esto significa que aproximadamente el 10% del territorio está abarcado por ríos, embalses, lagunas y, por supuesto, humedales, y cada una tiene sus propias características y misiones. Por ejemplo, el río Bogotá, siendo un sistema fluvial que cubre gran parte de la capital, contribuye a la circulación del recurso hídrico, al igual que otros ríos. La quebrada La Vieja, que muestra una impetuosa corriente que serpentea entre frondosos árboles y empinados senderos, es hogar de diferentes especies nativas y sirve como espacio para establecer contacto directo con la naturaleza, al igual que otras quebradas. El páramo del Sumapaz, con sus amplios matorrales y su clima helado, es suministro de alto porcentaje del agua potable que se consume en la ciudad, al igual que otros páramos. Finalmente, los humedales cumplen todas estas funciones, e incluso más.
Un ciudadano que sale a pasear a su perro en el parque que queda cerca de su casa, en Suba, Fontibón o Bosa, difícilmente sabe si esa porción de agua rodeada de árboles es un lago, un humedal o una reserva. Sin la señalización o sin las campañas de información necesarias, las personas que no tengan conocimientos sobre geografía o ambiente no conocen las diferencias entre las fuentes hídricas que se encuentran en la ciudad. Y aunque estos detalles parezcan innecesarios para alguien que simplemente busca un lugar tranquilo para realizar una caminata, el panorama puede cambiar al comprender la importancia de todos los elementos que le rodean. La conservación de un sitio u otro depende de sus características, y la manera en la que podemos disfrutarlos también varía. Así, la gente sabría por que un humedal es más interesante que un parque local y velaría más por su cuidado.
Hay varios aspectos que caracterizan a este tipo de ecosistemas: el conjunto entre el lago y su vegetación, la gran cantidad de especies nativas de flora y fauna, y la poca profundidad de la fuente hídrica. Debido a que estas son cualidades muy generales en reservas ambientales, son las instituciones gubernamentales las que definen que cierto lugar es un humedal y lo oficializan, para que se destinen recursos a su preservación y cuidado. Además, este hábitat tiene varias funciones: disminuir los efectos del cambio climático, ser hogar de especies animales y vegetales, suministrar agua al ser humano o a otras cuencas hidrográficas, e incluso almacenar grandes cantidades de carbono.
El sistema de humedales de Bogotá cuenta con 15 reservas identificadas, que se distribuyen a lo largo y ancho de la ciudad. Estos lugares son el hogar de especies únicas de aves y plantas, de las cuales algunas se asoman entre las ramas y los arbustos, y pueden ser observadas a simple vista. Pero estos espacios no sólo son importantes por su belleza y su valor ambiental, sino también por la función ecológica que desempeñan en la capital. Entre sus múltiples beneficios están la regulación del clima y del ciclo hidrológico, el amortiguamiento de inundaciones, la disposición de zonas recreativas y turísticas, y el despliegue de hábitats esenciales para la supervivencia de fauna y flora nativa. Este último aspecto es relevante para muchas personas que se sienten atraídas por las especies endémicas y exóticas: en algunos humedales de Colombia hay especies de anfibios que no se encuentran en ninguna otra parte del mundo, y también especies animales o vegetales que no se desarrollan en otros ecosistemas.
Todos los humedales dan la misma primera impresión: una laguna rodeada de plantas con caminos de ladrillo o cemento y rejas que lo rodean, y para muchos, este ecosistema nunca sale de este concepto inicial. En algunos, como Santa María del Lago, hay mayor control para la entrada de visitantes, a diferencia de Jaboque y otros, donde el hábitat está parcialmente abierto. Dar un paso dentro, de cualquier manera, es empezar a notar ese extraño contraste entre los edificios residenciales y la densa vegetación, como si no pertenecieran al mismo espacio a pesar de estar a pocos metros de distancia. Los lagos tienen diversas formas, definidas por la terquedad de los hombres pero también por la potencia de la naturaleza, y sus curvas están delicadamente silueteadas por los senderos peatonales.
En las rutas de los humedales, se cruzan el explorador que anda con todo su equipamiento deportivo y sus binoculares en mano, que arropa las copas de los árboles con la mirada y se esfuerza por no perderse un sólo detalle, con el señor de la tercera edad que camina a paso lento sin observar nada en particular, sino sólo disfrutando el aire puro. Por la misma rotonda pasan caminando la persona que le toma fotografías a cada especie curiosa, con la que va trotando y únicamente piensa en terminar el circuito y salir de la reserva para continuar con su rutina diaria. En la misma banca frente al lago se sienta cualquier estudiante universitario que está haciendo un trabajo sobre humedales, con gente como Ulises, que dice que el humedal es el mejor lugar para llevar a su hija para que pueda ver algo diferente y “suelte un poquito el celular”.
Los humedales son los lugares perfectos para dar rienda suelta a los sentidos. El tacto se puede poner a prueba con las texturas que cubren a la flora, cada una particularmente distinta. El olfato va recibiendo los aromas tan característicos del lugar: olor a tierra mojada y a plantas, junto a ese indescriptible olor del aire limpio y el hilo delgadísimo de los aromas de la ciudad. Sin embargo, las partes del cuerpo más influenciadas por el ambiente son el ojo y el oído. La vista se llena de múltiples imágenes, con cada fragmento del paisaje que tiende a ser tan diferente al que tiene a un costado; se empieza también a ampliar con tantos tonos de verde, y con tantas figuras pequeñas que se camuflan entre las líneas geométricas de la vegetación. Por otra parte, el sentido del oído se va deleitando cada vez más durante el recorrido, porque al bullicio de las avenidas y la gente, se superponen los armoniosos cantos de las aves y del viento rozando la vegetación.
Desafortunadamente, la labor de la Fundación Humedales Bogotá, directamente encargada de manejar y proteger estos espacios, y de otras instituciones como el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, no ha sido suficiente para conservar el ecosistema ni tampoco para disponer de él de la mejor manera. Mientras Santa María del Lago cuenta con personas que lo cuidan a diario, señalización y espacios cuidados en pro del visitante y de los seres que viven en él, Córdoba lleva varios meses cerrado por reparaciones y El Burro está abandonado. Si bien los tres, por ponerlos de ejemplo, se encuentran en lugares diferentes de la ciudad, evidentemente han sido tratados de distinta manera y esto es claro al pasar junto a este último, que tiene el pasto tan largo que cubre los senderos y cuyas aguas están tan quietas que parece que nadie se les ha acercado en meses. Sin embargo, es claro que varias instituciones, como la Secretaría Distrital de Ambiente o la Alcaldía de Bogotá, tendrían que intervenir más para que estos espacios fueran nuevamente habilitados para recibir visitantes.
Si bien los humedales han sido intervenidos por la mano humana durante años, es importante recordar cómo la naturaleza, en sí misma, se ha encargado de combinar tantas especies en el mismo sector y los ha puesto a coexistir. No todas las reservas cuentan con la misma avifauna ni la misma red de árboles, pero a todas las caracteriza algo; la multiplicidad de sus especies. En el borde del lago, se puede encontrar un frondoso pepino borrachero, con sus particulares flores enroscadas, junto a las hojas largas y olorosas de un altísimo eucalipto. En otro sector, pequeñas y veloces aves se escabullen entre las ramas cafés de un carrizo, y algunos metros después, luego de la orilla del lago, se doblegan los pétalos de una mata de cartuchos a un lado del tronco áspero de una palmera. Así como hay flora y fauna comunes, existen especies poco conocidas, e incluso algunas que solo prosperan en los humedales. Los letreros ubicados en los corredores peatonales permiten que los visitantes conozcan a las especies que se van encontrando en el camino.
Las especies animales presentes en los humedales son menos abundantes que las especies vegetales, y esto las hace incluso más interesantes. Junto a la gran cantidad de palomas y tórtolas, que tienen gran presencia en todos los sectores de Bogotá, conviven aves más inusuales que necesitan de las características de esa biosfera en particular para sobrevivir. Por el borde de las tranquilas aguas pasa nadando una tingua bogotana, que de inmediato se diferencia de un pato por ser más pequeña, y por su pico naranja que cubre parte de su cabeza y resalta frente al plumaje negro. Y sobre ella, pasa volando una garza blanca, con su presencia de reina, y se posa delicadamente en el extremo superior de algún tronco bajo, como sabiendo que sobresale en el paisaje y que todos la admiran. Al otro lado del camino acuático se escabulle entre las ramas una monjita bogotana, representativa de este ecosistema, con su brillante cabeza amarilla y su peculiar silbido. Y por el suelo, debajo de la monjita, se desliza sigilosamente la serpiente sabanera, una de las especies menos abundantes de los humedales, que es inofensiva para el ser humano y que sólo busca un rastrojero para camuflarse.
Un poco de investigación y de atención permiten identificar a todos estos animales, pero este proceso se puede facilitar con los recorridos guiados y las múltiples actividades que realiza la Fundación Humedales Bogotá, que se realizan en los diferentes cuerpos de agua de la ciudad, con la intención de acompañar a los turistas en el camino, de enseñarles sobre todos los elementos que los rodean y principalmente para velar por la protección y el cuidado del medio ambiente desde estos espacios. La actividad que más se realiza en los humedales, aparte de la caminata, es la observación de aves, debido a que la avifauna en ellos es representativa, es llamativa y, lamentablemente, se encuentra en peligro por el desconocimiento de su importancia o por la ignorancia. También por esto, a pesar de las iniciativas de las instituciones para proteger los espacios, hay botellas y bolsas nadando por las aguas, y vasos plásticos y colillas de cigarrillo enterrándose en la tierra que rodea la vegetación de la zona. Y además de esto, la falta de atención por parte de las autoridades ha hecho que los alrededores de algunas reservas naturales sean peligrosas y se conviertan en la cuna de algunos delitos, por lo cual las personas evitan visitarlo y también se sigue deteriorando el ecosistema.
Andrea Quintero, ingeniera sanitaria de la Universidad de Antioquia, resalta la importancia de los humedales en un país con una gran cantidad de fuentes hídricas. En su experiencia, analiza que estos espacios deberían recibir más atención de parte de las instituciones y más cuidado de parte de la ciudadanía: “estos lugares prestan un servicio ecosistémico muy importante”, comenta ella, al analizar que brindan agua dulce y alimento, regulan las condiciones climáticas, merman la potencia de las corrientes de los ríos, son hogar de especies nativas e incluso prestan un servicio cultural, “porque las personas que viven alrededor de los humedales lo empiezan a considerar como algo propio, y a partir de eso se genera una identidad”. De manera personal y por las inclinaciones de su carrera, Andrea se interesa mucho por los humedales. Su carrera trabaja mucho con zonas en las que predomina el agua y, en general, la hidrobiología, y así como ella se interesa por estos ecosistemas, muchas otras personas deciden acercarse al mundo de los humedales porque encuentran en ellos ciertas características que les llaman la atención de manera particular.
Los humedales le hacen una apuesta a un tipo diferente de turismo ecológico. Simplemente al ingresar a ellos se empieza a sentir la diferencia, en el aire limpio, en los sonidos únicos, en la experiencia inmersiva de entrar a un espacio que te saca de la ferocidad de lo urbano para rodearte de naturaleza. Para algunos no dejará de ser un parque de barrio para “dar una vuelta” un fin de semana, pero las fundaciones ambientales y la participación de la gente podrán seguir provocando que los visitantes entiendan su importancia, admiren sus especies nativas y velen por su protección. Es cuestión de curiosidad y paciencia, de aprovechar las carteleras y señalizaciones para conocer a los animales y a las plantas, de admirar la belleza que cubre la tierra. La próxima vez que quieras tener una experiencia distinta, visita un humedal y descubre la magia de ese pequeño mundo que se asoma con timidez en la magnificencia de la urbe.
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