En el Polideportivo de Santa Marta el aire es denso de concentración, pero también está impregnado de algo intangible: pasión. Entre el ajetreo de entrenadores y los sonidos de los patines deslizándose sobre el suelo o los saltos vibrantes en el gimnasio, hay algo más que el ejercicio. Hay sacrificios, dedicación y un amor inmenso, que proviene de quienes permanecen en la sombra, pero que son la verdadera fuerza detrás de cada éxito: las madres de los jóvenes deportistas, esas heroínas silenciosas, son las que sostienen el sueño de los niños que, sin saberlo, están escribiendo sus propias historias.
En este escenario, se entrelazan las historias de los atletas y las de sus madres, esas mujeres que, día a día, transforman su rutina para acompañar a sus hijos en un viaje lleno de desafíos. En Corazón Valiente, el club de patinaje, y en Body, la escuela de gimnasia funcional, las madres son mucho más que un apoyo: son el pilar sobre el que se construyen los sueños de sus hijos.
El camino de un campeón
En uno de los rincones del Polideportivo se encuentra Ricardo Quintero Ruiz, un joven de 11 años, que se prepara para su entrenamiento de rutina de patinaje, un deporte que combina arte, destreza y una precisión que desafía la gravedad y que se ha convertido en su posición. Quintero, con una mirada decidida y un espíritu competitivo, tiene un sueño claro: “yo quiero ser, a corto plazo, un campeón mundial”. Pero ser campeón no es solo una cuestión de talento, es un trabajo constante, entre entrenamientos, sacrificios y la disciplina que solo un deportista de élite puede entender.
Quintero no solo habla de su futuro con determinación, también es consciente de lo que su día a día implica. “Me levanto, voy al colegio, almuerzo, duermo y después vuelvo al deporte”, nos cuenta, demostrando que no solo tiene disciplina en la pista, sino también en su rutina diaria. Pero detrás de cada meta, detrás de cada jornada, hay una madre que lo acompaña, que lo motiva y que lo apoya en cada paso de este recorrido.
“Mi mamá está conmigo siempre. Me acompaña a cada entrenamiento, me da ánimos cuando algo no sale bien. Sin ella, todo esto sería mucho más difícil”, dice Quintero, mirando a su madre, que lo observa desde un rincón con una sonrisa de orgullo. Para ella, las horas de espera entre entrenamientos y competencias son solo una parte del viaje: “Ver a mi hijo tan decidido me llena de orgullo. Si él está feliz con lo que hace, no me importa el sacrificio”, dice con una mezcla de amor y ternura que solo una madre podría transmitir.
Sofía Suárez: la perseverancia de una atleta consagrada
A los 17 años, Sofía Suárez es un nombre conocido en el mundo del patinaje en la región Caribe. Su dedicación, su pasión por el deporte y su sueño de llegar lejos la han convertido en una de las atletas más prometedoras de ‘Corazón Valiente’. “Desde pequeña supe que quería patinar. Le pedí a mi papá que me dejara entrenar, y aquí estoy, luchando por llegar a las grandes ligas”, nos dice con una sonrisa confiada, pero al mismo tiempo reflejando los sacrificios que lleva consigo.
Sofía tiene grandes metas por delante: “quiero formar parte de la selección de Magdalena y, si es posible, representar a Colombia en competencias internacionales”. Sin embargo, no es fácil llegar a la cima. El camino está lleno de desafíos, y uno de los más grandes es el económico. “El patinaje es un deporte costoso. Las botas, las ruedas, los uniformes, los viajes… todo eso representa un gasto. Pero mis padres siempre han estado ahí, y yo sé que mi esfuerzo vale la pena”, dice Sofía, reconociendo que sus sueños solo son posibles gracias al apoyo incondicional de su familia. “Mis padres siempre me han apoyado, aunque no es fácil. A veces los recursos son limitados, pero ellos nunca me han dejado sola. Gracias a ellos, sé que puedo llegar lejos”, concluye Sofía.
El sacrificio invisible de los padres: un amor que no tiene fronteras
Magaly Parodi, madre de Scarlet Amaya, una joven patinadora, nos comparte su perspectiva sobre lo que involucra ser madre de una atleta: “este reto implica sacrificios diarios. No es solo el tiempo que tenemos que dedicar, sino también el dinero. Venir todos los días al Polideportivo, a veces dejamos de hacer cosas en la casa y en el trabajo por ver a mi hija feliz, que es lo que importa. Lo hacemos por ella”.
El sacrificio de ser madre de una deportista no es solo económico, sino emocional. “Hay veces que no puedo acompañarla a todas las competencias, pero cuando puedo, siempre estoy allí. Cuando mi hija compite, es como si yo estuviera compitiendo también. Es una mezcla de emociones. Si ella gana, yo gano. Si ella pierde, yo también aprendo”, dice Magaly.
Esta abnegación también la comparte Fernando Reyes, padre de una de las jóvenes patinadoras. “Es complicado, pero todo se hace por ella. Sacamos tiempo entre los estudios, las prácticas y las competencias, aunque a veces es difícil. Pero siempre que ella está feliz, eso es lo que importa. Y no importa lo que cueste, siempre estaremos allí para apoyarla”.
Para estas madres, el éxito de sus hijas no es solo el resultado de sus logros en la competencia, sino también el crecimiento que experimentan como personas. “Las enseñanzas que reciben van más allá de la técnica. Aprenden sobre esfuerzo, perseverancia y trabajo en equipo, valores que las acompañarán por siempre.
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