El Teatro Libre del centro, ubicado en el histórico barrio de La Candelaria, se ha convertido en un referente cultural para Bogotá y Colombia.
Fundado en 1973, este espacio no solo ha aportado al desarrollo de las artes escénicas en el país, sino que también ha sido un testigo activo de la evolución de la ciudad, promoviendo el teatro independiente y las producciones nacionales. En sus más de cuatro décadas de historia, el Teatro Libre ha consolidado un compromiso inquebrantable con el arte y la cultura, manteniéndose fiel a su sede en La Candelaria, un barrio reconocido por su riqueza arquitectónica y su estatus de patrimonio cultural.
Desde sus inicios, el Teatro Libre se ha destacado por su enfoque en la formación artística, la experimentación y la producción de obras que cuestionan y enriquecen el panorama cultural colombiano. Con una compañía estable de actores y un enfoque académico en la práctica teatral, el teatro ha producido adaptaciones de obras clásicas y modernas y ha desarrollado un repertorio propio que abarca desde los dramas universales hasta las problemáticas locales. Este enfoque ha permitido que el Teatro Libre se posicione como una institución respetada en el ámbito cultural nacional, y que sea un espacio de encuentro entre generaciones de artistas, estudiantes y aficionados al teatro.

La decisión del Teatro Libre de establecerse en La Candelaria responde a una visión estratégica y cultural: este sector de la ciudad, que guarda entre sus calles y edificaciones una historia que se remonta al periodo colonial, aporta un contexto especial a la experiencia teatral. La permanencia en este barrio ha reforzado su conexión con las raíces culturales de Bogotá, convirtiéndolo en un punto de referencia para quienes desean disfrutar de las artes escénicas en un entorno histórico y auténtico.
El compromiso del teatro de mantenerse en este barrio no ha sido fácil, dadas las dificultades económicas y logísticas que representa operar en el centro histórico. Sin embargo, su presencia en La Candelaria ha contribuido a la revitalización de la zona, generando dinámicas de turismo cultural que fortalecen la economía local y reafirman el valor del patrimonio arquitectónico de la ciudad. A lo largo de los años, el teatro ha logrado resistir a los retos impuestos por el entorno urbano, la gestión cultural y los cambios en la política pública de Bogotá, manteniendo su independencia y autenticidad.
El edificio que alberga el Teatro Libre es una pieza fundamental del patrimonio arquitectónico de La Candelaria, que ha sido declarada como zona de interés cultural por el gobierno de Bogotá. La fachada del teatro, con sus detalles coloniales, se integra con el entorno, permitiendo que el teatro sea parte de un recorrido histórico y arquitectónico que los visitantes pueden disfrutar al caminar por las calles del centro. Este compromiso con el patrimonio no solo radica en la conservación de la estructura física del teatro, sino también en el respeto por la memoria histórica del lugar.

De igual manera, el teatro ha sabido adaptarse a las necesidades de un espacio contemporáneo, sin perder el valor histórico de su arquitectura. En su interior, cuenta con una sala moderna y adecuada para la puesta en escena de diversas producciones, pero mantiene ciertos elementos arquitectónicos originales que le otorgan una atmósfera única. La conservación de estos detalles no solo embellece el espacio, sino que también refuerza la conexión entre la historia arquitectónica del sector y la vivencia teatral.
El Teatro Libre del centro es un baluarte cultural que no solo enriquece la oferta teatral de Bogotá, sino que también representa un compromiso con el patrimonio y la memoria de la ciudad. Su permanencia en La Candelaria, a pesar de las dificultades, demuestra el valor de la cultura como elemento transformador y resistente en un contexto urbano en constante cambio. Este teatro ha sabido adaptarse y evolucionar sin perder su esencia, lo que lo convierte en un ícono del teatro independiente en Colombia y en un símbolo de la identidad cultural de Bogotá.
Por: Jhon Alexander Rendón
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